Trump, el líder supremo

Ya está hecho. Donald Trump se ha instalado en la casa que pertenece a todo un país y vive una experiencia única. Además de ser el 45º presidente de Estados Unidos —un rostro que encontraremos al lado de Washington, Jefferson, Roosevelt, Lincoln, Kennedy y Obama—, duerme por primera vez en casa ajena y recibe su primera clase sobre la diferencia entre lo público y lo privado. Porque el nuevo inquilino de la Casa Blanca confunde la coyuntura que le ha llevado hasta el número 1600 de la Avenida Pensilvania con lo que significa la revolución que inconscientemente ha puesto en marcha.
Ahora el mundo está dividido en dos: los que piensan morir a manos del héroe de Twitter y los que ya han comprendido que el oficio presidencial tal vez pueda aprenderse, pero que el camino para convertirse en un dirigente prudente y humilde tiene un costo impagable para la humanidad. No se puede venir a trastocar el mundo moderno con juguetitos, opiniones, ofensas e intereses, simplemente porque uno está maravillado y pagado de sí mismo por haber conquistado el Despacho Oval contra todo pronóstico. El planeta tiembla y tiembla con razón. Y al parecer el único que no está temblando y, por tanto, será la principal víctima del terremoto que ha desencadenado es el propio Trump.
Mientras tanto, los actores de Hollywood entonan I will survive al ritmo de Gloria Gaynor para recordar a su nuevo presidente que, a pesar de todo, sobrevivirán. Y ciertos medios de comunicación estadounidenses empiezan a considerar seriamente la posibilidad de no cubrir las actividades del republicano. Los chinos, por su cuenta, han entendido que, independientemente del objetivo que persiguen para 2030, el plan de ahora es fortalecer su papel para que una sola China tenga un mayor impacto en el mundo.
Y nosotros, los pobres mortales, los que somos gobernados a golpe de Twitter, tenemos que empezar por aplicar la lógica de los sistemas, aunque estemos frente a la transformación total del mundo conocido. El discurso de investidura de Trump no dejó lugar a dudas: su oferta es rencor, terror y odio. Quiere terminar con la “masacre estadounidense”, pero no explica quién es el responsable de la misma. Y, además, anuncia que su arma termonuclear, es decir, sus tuits serán los que guíen su actividad política, que habrá que seguir en su timeline. Ser un candidato sin filtros le funcionó en las elecciones, pero ahora lo que está en juego es distinto. Y yo me pregunto: si continúa con sus comentarios ofensivos e insultantes, racistas y misóginos ¿a qué espera Twitter para cerrarle la cuenta personal, siguiendo la política de esa red social? ¿Y qué hará desde la oficial?
La lógica de los sistemas es la lógica de los sistemas y hay que aceptar que ahora el sistema es un enfermo terminal, si no ha muerto. Sin embargo, hay factores que siguen siendo indispensables para la democracia condensados, por ejemplo, en la famosa frase de Thomas Jefferson según la cual es preferible un régimen de “periódicos sin Gobierno que un Gobierno sin periódicos”. Y esto es verdad, diga lo que diga Trump, que el sábado aseguró “estar en guerra contra los medios” y que los periodistas son “las personas más deshonestas del mundo”. Necesitamos recuperar la dignidad y la cordura frente al héroe del Twitter. Y eso solo se logrará asumiendo el golpe de la incredulidad, aceptando que lo impensable ha sucedido, y que lo único que nos salvará es la vuelta a los valores civilizadores.
Insisto, ¿qué se necesita para que Twitter cancele la cuenta de quien incita al acoso, denigra, insulta y persigue a una parte considerable de la humanidad? Por mucho que el 8 de noviembre —sin la mayoría del voto popular, pero sí con la del Colegio Electoral— el pueblo lo eligiera como presidente.
Desde 1945, el Tío Sam se llevaba todo a cambio de poner orden en el patio; sin embargo, ahora impone el desorden. Y si los estadounidenses no son capaces de ordenar la casa, todos los demás están legitimados para inventarse uno nuevo, da igual si hablan mandarín o ruso porque ahora el único orden mundial que existe es el del pájaro azul, que parece haberse vuelto loco.
tomado de aquí

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