27 años, Monseñor Romero en mi conciencia (1)

Introducción

Hace 27 años yo tenía seis años, eran pasadas las seis de la tarde y jugaba en la calle con un triciclo en mi colonia, llegó corriendo una señora vecina y me dijo ¡Váyase para su casa porque mataron a Monseñor! Cuando vi la calle estaba desolada y me fui a mi casa. Mi mamá estaba llorando viendo la tele y entonces sin entender supe que había pasado algo grave, sólo algo así le sacaría las lagrimas a mi mamá. Sinceramente, yo no recuerdo más que balaceras y balaceras. El asesinato de Oscar Arnulfo Romero es un hecho innoble.

Después, con catorce o quince años, me dediqué a leer sobre Romero (su vida, sus homilías, etc.) hasta que en marzo de 1993 la Comisión de la Verdad se pronunció sobre el caso, atribuyendo la autoría al escuadrón de hombres que trabajaron con Roberto D´abuisson y a él mismo. Yo veía Teleprensa y no podía creer que eso se dijera por la tele.

Ahora como abogada el caso -en términos legales y políticos- me llama la atención, pues no dudo de la importancia e impacto que tiene y tendrá. Digo, dejando por fuera las ideologías y tomando el caso con la seriedad que se merece.
¿La información? Unos abogados litigaron y ganaron el caso en Fresno, California contra Álvaro Saravia. Y comparten la información a través de su página web. También existe un expediente judicial cuya copia está en el Arzobispado de San Salvador, un informe oficial (Comisión de la Verdad) que habla del caso (1993), resolución de la PDDH, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y notas de periódicos. A continuación resumo y sistematizo lo que he leído y al finalizar las dos partes colocaré las fuentes y enlaces de interés. Sólo existe el afán por entender cómo funciona la impunidad.

Se llama impunidad a la falta de investigación, procesamiento y sanción a los responsables de un hecho criminal o ilícito. En este homicidio muchas cosas útiles –como pruebas- se perdieron para siempre, otras existen pero no fueron legalmente incorporadas al proceso y eso las vuelve nulas. En otras palabras, hay indicios que unidos, hablan sobre el crimen y su autoría material e intelectual pero no se pudo o no se les quiso incorporar al proceso penal como es debido. Por eso es tan importante el Informe de la Comisión de la Verdad, porque es el único que se atrevió a decir -oficialmente- a qué conclusión conduce la investigación del caso.

1. Escena criminal

Según la Certificación de partida de defunción 449 (el N0. de Libro es ilegible) asentada el 26 de marzo de 1980, Monseñor Romero murió "a consecuencia de una hemorragia interna profusa debido a herida por arma de fuego en el torax con-------". En plena misa recibió un disparo mortal en el tórax, calibre 22. Disparo que por su precisión, fue hecho por un profesional. El cuerpo tenía orificio de entrada en el tórax derecho, de apenas 5 milímetros de diámetro, lugar por el que el mortal proyectil entró sin salir del cuerpo del arzobispo, se fragmentó y le provocó una hemorragia interna. Murió sin asistencia médica, desangrándose (Expediente judicial f. 4)

En el momento de crimen oficiaba una misa de un difunto (de la Familia Pinto), la capilla estaba con una cantidad considerable de gente. Había un fotoperiodista que tomó fotos antes y después. Un hombre que ingresaba, al final de la capilla, vio cuando el asesino huía.

2. Los yerros
El cadáver fue llevado a la Policlínica Salvadoreña a pesar que no debía moverse, él estaba muerto y había que trabajar esa escena criminal intacta. Durante la autopsia, por “el peso de las esquirlas, (...) se confirmó que el proyectil era calibre 22, pero sin llegar a conclusiones más precisas (esta diligencia no consta en el expediente judicial, tampoco las placas de radiografía)"[1]. Se llamó a la PN para que investigaran y nunca llegaron, por lo tanto nadie tomó los nombres de posibles testigos (si alguien vio algo más ¿cómo saberlo?) Tampoco se encontraron casquillos de bala. El testigo clave que vio al asesino, ¿qué le paso? Hasta hoy es una persona “desaparecida”, como miles en el país. No se tomaron huellas digitales, ni placa de vehículo que huía.
Hay que aclarar que en esa época, el proceso de investigación penal era dirigido por los jueces (sistema inquisitivo) y así se involucraban desde el principio y la Policía Nacional tenía la obligación de asegurar la escena del crimen, recogía evidencia y tomaba fotos o testimonios, no estaba autorizada para remover evidencia de la escena del crimen, sólo debía entregarla al juez. La Policía Nacional estaba funcionalmente, bajo la jurisdicción del Ministerio de Defensa.

3. Valentía de Juez

La escena se movió entonces a la Policlínica, donde llevaron a Romero muerto y sólo restaba hacer el reconocimiento del cuerpo (de entrada alterado pues no estaba en el estado original al fallecer y sin las condiciones debidas pues ese era hospital y no un centro forense o sala de autopsias). El Juez Cuarto de lo Penal, Atilio Ramírez Amaya, llegó y se encontró con una multitud de gente que tocaba el cadáver (casi cien personas rodeando el cuerpo!). Para detectar la bala se tomaron rayos X y se encontraron tres fragmentos de la bala.

Amaya llamó a la Policía para que le acompañara a la Capilla de la Divina Providencia, pero nunca llegaron. Revisó la iglesia, buscó los casquillos de bala, pero no encontró ninguno. Él se quedó con los rayos X y los fragmentos de bala encontrados en la autopsia, lo cual fue ilegal aunque entendible. Un día después llamó a la policía para coordinar de manera eficiente la investigación, pero desde allí le pidieron que mandara la evidencia. El se rehusó y un técnico muy molesto le dijo: "¿No se fía usted de la policía? a lo que Amaya contestó:”Por supuesto que no confío en la policía.” El juez Amaya les dijo que tendrían que llevar su equipo al juzgado y efectuar el análisis en su presencia.

El Coronel Majano (miembro de la junta que gobernaba en ese momento) anunció públicamente que los asesinos serían identificados por la INTERPOL y puestos a disposición del juez. Tras el anuncio, Amaya fue amenazado a muerte. En una ocasión, su hija de doce años contestó el teléfono. La voz le preguntó: “¿Cuál es tu color favorito? Pues ese es el color que pintaremos el ataúd donde pondremos a tu papá.”
El 27 de marzo, tocaron a la puerta de su casa y su empleada la abrió. Dos hombres entraron, uno llevaba un maletín. Amaya no los reconoció -mientras sostenía un rifle- y les dijo se sentaran; éstos sacaron un arma del maletín y la empleada corrió y le dispararon en la espalda. Los hombres salieron corriendo.

Pero luego escuchó pasos en el techo y él disparaba al techo desesperado, luego los pasos cesaron y diez minutos después le llamó un amigo de la PN y le dijo, “Doctor, ¿esta usted vivo? No se preocupe, tal vez solo querían asustarle.” Este atentado nunca fue investigado y Amaya decidió irse del país.

En conclusión, el Esatdo salvadoreñop fracasó en la conducción de una investigación importante y de manera oportuna, en recolectar y preservar evidencia, y en identificar testigos y tomarles declaración. Y allí quedó, sobre averiguar la muerte. Caso archivado en 1984.


4. Nuevo impulso

En enero de 1986, casi seis años después de la ejecución, el Presidente José Napoleón Duarte nombró una Comisión para la Investigación de Hechos Delictivos, para impulsar el caso. Entonces, dos cosas levantaron el dedo índice: el testimonio de Antonio Garay, quién condujo al asesino de Romero y una agenda que perteneció a Saravia. Estas son las pruebas que vinculan a Roberto Dáubuisson con el asesinato. La Comisión de Investigación de Hechos Delictivos inició su investigación y allí apareció Garay[2].

Hace un par de años este testigo contó lo sucedido ante el Tribunal de Fresno, allí dijo que fue reclutado por dos miembros de la Policía Nacional, Nelson Morales y Nelson García para ser el conductor de Saravia, en repetidas ocasiones se quedaba en su casa porque lo requería a extrañas horas y aseveró que entonces se cometían asesinatos. El 24 de marzo de 1980 al anochecer, Garay recogió a Saravia en su casa y lo llevó a una casa con una puerta a la entrada en un barrio de clase alta que tenía dos árboles de marañon japonés.

Saravia salió de la casa con un hombre que no conocía, que tenía barba y hablaba español sin acento, como cualquier salvadoreño y llevaba un rifle largo con lente telescópico. Entonces le ordenó conducir un Volkswagen rojo al hombre barbudo y que hiciera lo que él le pidiera. Así llegaron a la Capilla y el francotirador dijo ”No puedo creer que vaya a matar a un sacerdote.” Garay siguiendo instrucciones condujo a la puerta de la iglesia, de manera que ambos -él y el francotirador- estuvieran en la puerta del coche mas cercana a la puerta de la iglesia. Garay oyó hablar al sacerdote. El francotirador dijo ”intenta aparentar que estás arreglando algo (...)” Luego oyó un disparo y gritos. El asesino dijo “Tranquilo, relájate, conduce despacio hacia la salida … Da la vuelta despacio y vamonos de aquí.” Regresaron a la casa que tenía los árboles de marañones japoneses y el asesino bajó del coche.
Saravia dijo “Le has matado. Lo escuché en la radio.” Entonces Garay llevó a Saravia a una casa que tenía una verja y condujeron a lo largo de una entrada de coches muy larga hasta que llegaron a un edificio. Roberto D’Aubuisson se encontraba allí y Saravia se acercó a D’Aubuisson y dijo Misión completa.
-----------------------------------------------
Continuará mañana, parte 2.
Debo hacer deberes con mi niña
----------------------------------------------
[1] Informe de la Comisión de la Verdad. “De la locura a la Esperanza”. Revista de Estudios Centroamericanos (ECA). Págs. 271 y 272.
[2] Ibid, Pág. 273 y expediente judicial, f. 389

Comentarios

Victor dijo…
Quedo sin aliento con ésto, yo solo habia leído el informe de la Comisión de la Verdad.
Yo no había nacido para cuando murio Monseñor, pero aun logro sentir el impaco que tuvo su muerte en nuestra historia.

Gracias por tu esfuerzo

Victor