Me gusta madrugar. El domingo me levanté temprano, hice el desayuno y salí a caminar. A mis amigas y amigos les pareció una rereza en mí. Pero tiene una desgraciada explicación:
Cuando tenía 15 años fui terriblemente rebelde, mis padres no me soportaban. Yo era mi propio límite, sólo yo podía tomar mis decisiones, cuestionaba absolutamente todo. Y mi pobre madre se dio por vencida.
El "santo remedio" fue meterme en un internado. Paradógicamente, me acababan de expulsar del Externado San José y fui a parar al colegio de monjas: Bethania en Santa Tecla. En ese colegio dormía en un cuarto con cinco compañeras más, llorabamos todas las noches por el encierro, pero también contabamos chistes y escuchabamos música debajo de la cama.
Nos levantaban a la 4:00 a.m.: entraba una Sor y aplaudía y con una voz de demonio nos levantaba, nosotras nos sentabamos en las camas y repetíamos una oración, arreglabamos la cama y hacíamos cola para bañarnos. A las 5 se rezaba en Angeluz y a las 6: 00 teníamos que ir a misa. A las 7:00 desayuno y 7:30 estabamos formadas para las clases que concluían a las 3:00.
Las clases de la tarde eran para aprender a ser "mujer" (y yo que pensaba que había nacido siéndolo). Cocinabamos, tejíamos, nos hablaban sobre pautas decentes de comportamiento, etc. A mi me gustaba tejer por tejer, me producía placer o quizá disminuía mi ansiedad o depresión.
A las 4:00 p.m era para rezar el rosario y a las 6 otra vez el Angeluz, cenábamos (y robábamos comida para llevar al cuarto) y luego jugabamos o nos acostabamos a ver las estrellas, en realidad las contamplábamos para envidiar su libertad.
Yo, obviamente, nunca encajé en ese colegio -aunque resisití- y les di lata a las pobres monjas. Para variar escribía en un diario y les ponía apodos, hacía travesuras (para mí, aventuras) y todo lo registraba allí. También era malcriada y les contestaba, no les permitía que me dijeran cosas.
El pleito más feo que tuve fue por leer un libro de poemas en la biblioteca, una monja me lo quitó y me dió la biblia, así que se lo arrebaté y forcejeamos, ella comenzó a llorar y yo también. Nunca me sentí tan miserable, ¡no estaba cometiendo nada inmoral! ¿porqué no podía leer poemas? y le falté el respeto a la pobre sor.
Al final me expulsaron porque me arrebataron mi diario y allí leyeron todas las cosas más horribles que alguien pudo escribir sobre ellas, y fui feliz por la expulsión. Por mucho tiempo estuve resentida con mis padres porque aquel encierro me desquiciaba, yo puedo vivir si no es en libertad.
Pero con todo ello, apredí varias cosas: a madrugar, a defenderme de cualquier situación, a tejer, a ser complice y leal con las amistades y ejercer con responsabilidad (y respeto) mi libertad.
Ahora mi mamá dice que pagaré con mi hija, ella es peor que yo: es la independencia total. Sólo trato de idear cómo -de manera hábil- podré enfrentar esos momentos y hay algo que ya hace la diferencia:
La confianza total que hay entre las dos y la capacidad de discutir las fallas y las bondades de la relación madre e hija. Eso no lo tenía con mi madre, aunque la adoro con el corazón.
(me voy, la mamá quiere estar con su hija)
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